El Taxi mas viejo de Barcelona

Antonio habla deprisa. En un frío bar de Pi i Molist, en el Turó de la Peira, con el ruido de la camarera aporreando el mango de la máquina de café, a veces cuesta entenderle. Puede que influya en su rápida alocución el hecho de que este buen hombre tenga ganas de contar su historia, una vida ligada al taxi, tanto a la profesión como al vehículo. Conduce elcoche decano de los chóferes de Barcelona, un Renault 21 con matrícula terminada en LM con más de un millón de kilómetros(1,2 millones, para ser exactos). Lo tiene impecable. Mientras charla con EL PERIÓDICO, el auto dormita en un taller cercano, su mecánico de toda la vida, donde procederán «a arreglar algunos golpecitos».

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Antonio Carmona nació en los años 40. No quiere ver su edad publicada porque teme que alguien considere que ya no tiene cuerpo para esto. Y esto es su vida. Nació en Laroles, en el municipio de Nevada (Granada). Su familia se dedicaba a la agricultura, pero él terminó en la capital catalana tras un breve paso por Madrid, donde trabajó para la constructora de obra civil Agromán, creada en tiempos de Primo de Rivera. A mediados de los 60 llegó al Mediterráneo en respuesta a una oferta para explotar licencias de taxi en régimen de alquiler. Una para él y otra para su hermano.

«EL MEJOR COCHE»

Empezó con un Seat 1400c, el coche de la época. A los pocos años inició su relación con la marca francesa al adquirir un Renault 12. Por aquel entonces ya había conseguido unalicencia, la 9516, gracias a una ley que otorgaba un permiso de taxi en propiedad a todo el que acreditara cinco años de arrendador. Aquel primer vehículo aguantó 13 años. En junio de 1990 compró «el mejor coche que existía entonces». Aire acondicionado, calefacción, elevalunas eléctrico y «más ancho que cualquiera de los de ahora».

El Renault 21 es una extensión y un reflejo de su manera de ser, de hacer y de sentir la profesión. Ahí dentro apenas ha pasado el tiempo. El asiento presenta algún rasguño, el tablero está casi intacto, el radiocassete, renovado. Y si hacen falta piezas, se buscan donde sea. Hace tres años tuvo un accidente. Una moto se le echó encima en Tuset y le machacó el lado izquierdo. Nadie sufrió daños graves.

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Encontrar piezas nuevas de un modelo de los 90 era complicado. Así que Antonio y uno de sus mecánicos, que hoy toma café en el mismo bar y recuerda bien la anécdota, se fueron a un desguace a las afueras de Barcelona. «Me metí entre los coches y al cabo de un rato volví con todos los pedazos que nos hacían falta. Hoy nadie se comprometería a semejante reparación; es muy complicada». A Antonio, licenciado en Derecho, por cierto le dejaron el coche como nuevo, aunque la factura fue tan épica como el arreglo.

Por su Renault han pasado personalidades como Miquel Roca,Ferran Adrià o Peret. El rey de la rumba iba acompañado de su hijo, e hizo buenas migas con Antonio. «Me escribió en un papel la dirección de un sitio al que podía ir para conseguir sus discos mejor de precio, todavía lo guardo». Este veterano del taxi metropolitano nunca quiso poner una mampara en el coche. Sería, explica, una manera de quitarle alma a la profesión. Le gusta charlar con los «usuarios», que no clientes. Distingue el concepto porque el taxi, recuerda, es un servicio.

Por eso va siempre impecable, con camisa. Algo que, basta con observar las paradas de taxi, ha dejado de ser habitual entre las nuevas hornadas de chóferes. «Pantalones cortos, camisetas, chancletas…, eso no puede ser, hombre…», se queja. No llegó a los tiempos de la gorra reglamentaria, pero sí a los del uniforme de camisa azul con bolsillo que era de manga corta en verano. «Si voy decente para mi, voy decente para los demás».

A pesar de ir hecho un pincel, en más de una ocasión se ha encontrado con viajeros que escondían el brazo al verle con el verde. También le ha pasado que alguien se bajara tras comprobar que la parte posterior no dispone decinturones de seguridad. Es lo que tiene ser el taxi más viejo de Barcelona, según confirma el Instituto Metropolitano del Taxi.

UN PAR DE ATRACOS

En casi medio siglo de profesión ha sufrido un par de atracos. Un cliente «con muy mala pinta» le obligó a ir a uno de esos lugares en los que no entraban ni la policía ni los taxis. Sería principios de siglo, y se plantaron en el epicentro dela Mina. Era ya de noche y le obligó a detenerse junto a unas hogueras. «Fue ahí donde sacó un cuchillo y me lo puso en el cuello. Me pidió el dinero y le dije que no se preocupara, que ahora mismo se lo daba todo sin problemas». Bajó del auto en dirección a las llamas. Parecía ser su familia. Antonio y su susto volvieron a aguas más tranquilas. Le sucedió algo similar en la Zona Franca. Cartera fuera y para casa. Caja vacía, pero cuerpo entero.

En la flota de taxis actual se imponen los vehículos híbridos. El más usado es el Toyota Prius -más de 2.000 unidades- y ya hay en circulación una decena de coches 100% eléctricos. Antonio no comulga con tanto cambio porque, dice, son modelos con «reparaciones costosísimas». Da igual quién o qué le cuenten sobre las bondades de la movilidad sostenible. En el ocaso de su vida como taxista, Antonio no atiende a razones porque nada ni nadie le va a sacar de su Renault 21. El año que viene se planteará traspasar la licencia. Ya se está preparando para ceder su plaza, y por eso ha reservado un coche nuevo que no tiene previsto estrenar. «Si vendo la licencia con este coche, el precio se devalúa. Pero si añado un vehículo recién comprado, me mantienen el valor». Ha comprado un Dacia Lodgy, la línea ‘low cost‘ de Renault, para no perder la tradición.

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